"Hecho en América": una receta de moda para recuperar el empleo en EE.UU.

Estados Unidos vive estos días un fervor renovado por los bienes hechos "fronteras adentro" y son muchos los consumidores que se habitúan a revisar la procedencia de lo que compran en las tiendas.

No se trata sólo de patriotismo: es una estrategia económica para batallar contra las importaciones y el desempleo, partiendo de la premisa de que al aumentar la demanda por la producción nacional se multiplicarán también los puestos de trabajo.

"Hace tres años nadie entendía de qué hablábamos cuando decíamos 'Hecho en América' (por Estados Unidos). No se entendía que la manera de traer de regreso los empleos que se cobró la crisis económica es a través de la manufactura", señala Margarita Mendoza, fundadora del Movimiento "Made in America", un grupo que defiende los intereses de empresarios estadounidenses.

Las estadísticas son drásticas: revelan que mientras que en 1960 los productos importados representaban 8% de las compras, hoy casi 60% de lo que consumen los estadounidenses es fabricado en el exterior, lo que en 2012 dejó por saldo una balanza comercial negativa de casi US$490.000.

Así, los partidarios de recuperar la producción nacional se han propuesto despertar la conciencia del consumidor. La receta no es nueva –ya en los '80 hubo un movimiento efímero en este sentido-, pero resurge ante los índices de desempleo estancados en torno a 8%, uno de los rezagos de la recesión iniciada en 2007.

Y a juzgar por las reacciones de los consumidores, podría tener éxito: más de 80% de los estadounidenses, dice un estudio del Boston Consulting Group, está dispuesto a pagar más por productos fabricados en el país. Y 93% de ellos asegura que lo haría para ayudar a mantener los empleos en casa.

Durante la mayor parte del siglo XX, el sector manufacturero estadounidense funcionó como motor económico y soporte de la clase media, pero el patrón comenzó a cambiar en la década de 1970, cuando los productos importados comenzaron a superar a las exportaciones.

Luego llegó el exilio: miles de empresas mudaron operaciones al extranjero o comenzaron a comprar, más barato, lo que salía de las fábricas extranjeras.

Las cifras oficiales hablan de unas 40.000 plantas estadounidenses cerradas entre 2001 y 2008 y la pérdida de casi siete millones de empleos en el sector manufacturero desde los años '70: por los avances tecnológicos pero también por el crecimiento del outsourcing, como se llamó a la compra de bienes o servicios de proveedores externos.

Aun así, Estados Unidos sigue siendo el mayor país manufacturero del planeta y -con la historia que escribieron sus motos Harley y sus bombillos GE y sus cintas Scotch, entre otros productos icónicos- no resulta casual que se intente reavivar su industria para recuperar la bonanza laboral.

Los expertos lo han bautizado insourcing (por contraposición al outsourcing) o re-shoring: traer de vuelta a casa la producción que se había mudado a otras costas.

"Durante los años de crecimiento económico no existía esta sensibilidad sobre si comprar mercancías de aquí o de allá. Ahora estamos produciendo más que antes de la recesión, pero lo estamos haciendo con casi tres millones de trabajadores fabriles menos, con lo cual la situación del empleo en el sector sigue siendo crítica", destaca Mark Perry, profesor de economía y finanzas de la Universidad de Michigan.

La tendencia viene acompañada de un aumento en los costos de producción, particularmente por cuenta de los salarios, en China e India, dos de los países que recibieron parte de la producción desplazada de Estados Unidos.

"Los vientos están cambiando. No es tan barato como antes producir en China, a lo que luego hay que sumar otras complicaciones: barrera del lenguaje, cuestiones de derecho de propiedad fabril, costos de traslado", indica a BBC Mundo Scott Paul, presidente de la Alianza Manufacturera Estadounidense (AMM, en inglés).

En las últimas semanas, lograron el aval de un gigante: Walmart. El director ejecutivo de la cadena de supermercados, Bill Simon, anunció que destinarían US$50.000 millones adicionales en los próximos diez años a comprar productos hechos en el mercado interno.Más allá de convencer al consumidor, la campaña necesita buscar adeptos entre fabricantes, distribuidores y tiendas de venta al público.

En perspectiva, es más bulla que revolución: Walmart facturó más de US$440.000 millones el año pasado, lo cual significará que su esfuerzo por el "Made in America" insumirá poco más de 11% de sus ventas anuales repartido a lo largo de una década.

Así y todo, se trata de una declaración de principios de una corporación con capacidad de influenciar los hábitos de consumo de comunidades enteras (para ilustrarlo, un dato del libro "El efecto Wal-Mart", de 2006: 90% de los estadounidenses tiene una sucursal de esta cadena a menos de 15 minutos de su casa).

"Es una gota en el mar, es cierto, pero el hecho de que se suban a bordo del movimiento es suficiente para crear conciencia, tanto entre el público como entre sus proveedores", sugiere Mendoza, que destaca que a la fecha, un 80% del abastecimiento de Walmart proviene de China.

Otras firmas -como la fabricante de maquinaria Caterpillar o el conglomerado 3M, con su cartera de más de 50.000 productos- también están haciendo esfuerzos para aumentar su manufactura local.

Tal vez el ejemplo más visible ha sido la marca de indumentaria American Apparel, que decora sus vidrieras con la leyenda "Hecho en Estados Unidos. Libre de trabajo en sweatshops" (en alusión a los talleres del extranjero donde con frecuencia se violan los derechos laborales básicos) y promociona su fábrica en Los Ángeles como "el centro de costura más grande de América del Norte".

Según las leyes estadounidenses, un producto es de origen nacional si lo son todos sus componentes, así como su proceso de ensamblado o fabricación. Para el movimiento "Made in America", sin embargo, la transición tiene que ser gradual.

"No podemos ser tan drásticos porque, por el momento, no podemos proveernos de todo en el país: hay cosas que se han dejado de fabricar por completo, por ejemplo en el campo de la tecnología. ¿Qué pasa si una camisa es hecha con tela y botones fabricados aquí pero resulta que el hilo con que se cose es importado? Es mejor poner que es '90% estadounidense', lo que importa es generar conciencia", insiste la empresaria latina.

Su fervor, sin embargo, encuentra detractores.

"Desde el punto de vista económico, tendría sentido decidir dónde producir basándose en el principio del menor costo, independientemente de si es en la vereda de enfrente o en el otro extremo del globo", sugiere a BBC Mundo el economista Perry.

Como él, otros sugieren que el "Made in America" puede funcionar como estímulo inmediato, pero tiene un impacto negativo sobre el poder adquisitivo: pagar más por un producto de fabricación local hace que luego se disponga de menos dinero para gastar en otros productos.

"Si hablamos de que los consumidores están afectados por la crisis, entonces lo que debería garantizarse es que tengan acceso al mejor precio. Así funciona la lógica económica, aunque luego sepamos que hay muchas otras variables emocionales, como el sentido de nacionalismo, que influyen en la decisión de compra", agrega el académico.

El estudio del grupo Boston Consulting confirma esta dualidad: más caros o no, 65% de los estadounidenses se inclina por productos hechos en su tierra.

No sólo por patriotismo, dicen los encuestadores, sino porque la etiqueta de Hecho en USA es percibida como sello de estatus y calidad. Y porque, además, la "conciencia local" está de última moda.


0 comentarios :

Publicar un comentario